Fútbol
La patria transpirada
JUAN SASTURAIN
(Sudamericana - Buenos Aires)
El Mundial no es algo que sólo pasa cada cuatro años. También es algo que nos pasa, que nos atraviesa la vida y que, pese a que seamos amantes o detractores del fútbol, marcará nuestras agendas durante un mes. Es frecuente escuchar referencias a los mundiales que están plagadas de historias personales, mínimas, preciosas e insignificantes, que se alejan del juego pero que están atadas a él. Así, Italia 90 es recordado por su pegadiza canción, por lo que cada uno de nosotros hacía para exorcizar los penales ajenos y por ese último tiro alemán que ni Sergio Goycochea ni nuestras miradas hechiceras pudieron atajar. Corea-Japón 2002 será siempre el Mundial de los madrugones y del gran fracaso del modelo bielsístico. Y así, sucesivamente.
En La patria transpirada. Argentina en los Mundiales (1930-2010), Juan Sasturain pasa revista a los torneos, pero fundamentalmente hace un inventario de sus sentimientos, de las memorias emotivas, de jugadas que pudieron ser pero no fueron, y de resultados ya puestos en la cancha y en nuestra historia como país.
El prólogo, quizás uno de los puntos más altos del libro, es en sí un ensayo de nuestro sentimiento patológico por el fútbol. Analiza la lealtad a los colores del club como una forma anterior, primaria y más pura que el amor a la celeste y blanca. "La bandera llega después que los colores; propone un amor, una fe diferente. Es interesante ver entonces qué pasa en el fútbol y en el corazón futbolero cuando el club es la patria", escribe el editor de Página/12 y director de la revista Fierro.
En orden cronológico, el primer capítulo abre con Uruguay 1930, con ese último partido que Argentina perdió 4 a 2, al que califica como "la final de barrio más grande del mundo". Como si tuviese una cámara en la mano, Sasturain recorre el mítico Centenario, se detiene en esos espectadores sepias de traje y corbata y asiste a dos hechos históricos. El primero es el nacimiento de la rivalidad entre Uruguay y Argentina. Y, el segundo, la muerte de un fútbol lírico y amateur, que sólo regresará en los relatos de abuelos. El autor rescata también aquella vieja historia de Italia 1934, cuando la Liga Profesional no mandó a sus jugadores -el viejo síndrome de soberbia compulsiva- y Argentina presentó un equipo muletto, que disputó un partido y regresó a casa. Los jugadores se pasaron más tiempo navegando que en tierra firme.
Argentina campeón
Uno de los grandes desafíos era cómo contar Argentina 78 y México 86, los dos mundiales ganados y vivos en la memoria colectiva. Astuto, el escritor ensaya una ucronía, un qué hubiera pasado si? Se mete en la cancha y juega con esa pelota del holandés Rensenbrink que pegó en el palo. Pregunta qué hubiera sido de Menotti, de nosotros y de los dictadores si la esquiva pelotita entraba. En la recorrida por el estadio Azteca, no pone el foco en Maradona ni en la obviedad de sus goles. El autor, en otro acierto, sigue cada metro de la corrida final, agónica y hermosa de Burruchaga para anotar el 3 a 2.
Tal vez por su oficio de periodista, por su amor al fútbol o por un manejo de la palabra que ensaya en la gráfica y en la televisión, Sasturain tiene una prosa simple, clara y sin pantanos. Los partidos y los resultados son paisajes, decorado de algo más íntimo, que cuenta con afecto y efecto. "Es increíble las cosas que ponemos en el juego de la pelotita. No conozco felicidad más desgraciada", escribe Sasturain.
Repasar la historia de los mundiales sirve para mirarnos; para intentar entender por qué, durante un mes, habrá tantas millones de almas futboleras en vilo, tantas bestias de tribuna sentadas en el living y hablándole a un televisor pintado de verde césped.
© LA GACETA
Diego Jemio